martes, 30 de abril de 2024

Él vino en un barco

Apareció un día en una ciudad costera. Llevaba unas botas muy estrafalarias, decía la gente, pero, si te fijabas bien, sólo eran un puñado de algas. Él vino en un barco con dos agujeros y tuvo que taparlos con sus piernas para llegar a buen puerto. Parecía flotar en todos los terrenos. Remaba con caricias y con besos tiernos. Anunciaba una revolución, decían los más viejos, la revolución del amor. Dejó una estela de abrazos, conoció a muchos marineros, plantó pequeños instantes de alegría que crecieron y se hicieron amistad con el tiempo. Su huella quedó en el recuerdo, su estampa permanece en la memoria y la estela, la amistad, los abrazos, los instantes de alegría giran como una noria o tal vez sea el timón del barco con el que vino, porque él vino en un barco, sí, y fue por ese camino, pero si allí no hay agua abuelo, no importa, él vino en un barco que era su destino y, como los magos de antaño, cambió todo lo que tocaba, nada volvió a ser lo mismo. Los colores, más intensos; el arte, más divino; y el amor se extendió como sus historias, de boca en boca, de puerto en puerto, de casa en casa, de generación en generación, porque él vino en un barco que surca los mares y también los cielos, que navega en corazones, deslizándose por ilusiones, asomándose en cualquier momento. Estad atentos, puede volver en cualquier momento.

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